9 de febrero de 2017

El Estado de Sitio


«Cuando los hombres tienen miedo, es por ellos mismos, pero su odio es por los demás», dice la Peste en el tercer acto de El Estado de Sitio, de Albert Camus. Con esta cita se anuncia en Le Journal du Théâtre de la Ville la próxima presentación de la obra: L’État de siège, este próximo mes de marzo en París. No conocía la pieza y decidí leerla. Aprendí que tras el éxito de la novela La Peste, publicada en 1947, Jean-Louis Barrault invita a Camus para escribir esta obra de teatro en tres actos. Se estrena en 1948.

La historia sucede en una ciudad al borde del mar, Cádiz. Día tras día la vida transcurre tranquila. Una madrugada un cometa desfila por el manto negro del cielo. Anuncia la desgracia. Saltan todas las alarmas. La población comienza a temerse lo peor. Y, de pronto, bruscamente alguien se desploma. El diagnóstico: la Peste. Llega entonces un hombre personificando el mal, susceptible a golpear aquel o aquella que no le obedecerá ciegamente. Es así, como por la vía de la duda, la angustia, el miedo, se instala la dictadura.

El diccionario presenta dos acepciones para la palabra «SITIAR»: 1. Cercar un lugar, especialmente una fortaleza par intentar apoderarse de ella. 2. Cercar a alguien cerrando todas las salidas para apresarlo o rendir su voluntad.

En principio, el esquema histórico de la ciudad «sitiada» es: un enemigo, desde fuera, intenta doblegar a la ciudad. Ésta terminará adoptando una actitud defensiva ante el sitiador. Frente a la tenacidad y superioridad del enemigo, las puertas y murallas de la ciudad, en principio refugio y salvaguarda, acaban convirtiéndola en espacio peligroso. El enemigo la golpea desde fuera. Pero, no es éste el único enemigo, ni siquiera el más temible. Desde dentro, otros enemigos, sin figura humana, el hambre, la enfermedad, la peste... la martirizarán con mayor rigor aún. Son a esos enemigos interiores a los que alude Camus en su obra. 

El autor en sus líneas personifica a la Peste y a su Secretaria, la Muerte. Llegan a Cádiz para exigir el control de la ciudad.
EL GOBERNADOR: ¿Qué quieren de mí, forasteros?
EL HOMBRE, en tono cortés: Su puesto.
CORO: ¿Qué? ¿Qué dice?
EL GOBERNADOR: Ha elegido usted mal el momento y esta insolencia puede costarle cara. Pero sin duda hemos entendido mal. ¿Quién es usted?
[...]
EL HOMBRE, en tono natural: Yo soy la peste. ¿Y usted? 

EL GOBERNADOR: ¿la peste?

Ante el miedo que suscita el personaje y su secretaria, el Gobernador acaba por ceder su puesto a cambio de permanecer con vida. 
El primer alcalde se pliega al nuevo mandatario y, ante el terror de ser marcados con el signo de la muerte, rayados por ésta, se instaura desde ese momento un ambiente de represión para todos los habitantes.

CORO: [...] ¿Qué hace aquí la peste? Nos quiere guardar bajo ella, nos ama a su manera. Ella desea que seamos felices como ella lo entiende, no como nosotros queremos. Son los placeres forzados, la vida fría, la felicidad a perpetuidad. Todo se fija, ya no sentimos la antigua frescura del viento sobre nuestros labios.

«La Peste reina, es un hecho, y un derecho. Un derecho que no se discute: ustedes deben adaptarse», dice.

LA PESTE, gritando: ¡Márquelos!, ¡Márquelos a todos! ¡Aún lo que no dicen puede escucharse todavía! No pueden protestar más, pero su silencio rechina. ¡Aplásteles sus bocas! Amordáceles y enséñeles las palabras maestras, hasta que ellos también repitan siempre la misma cosa, hasta que se conviertan en los buenos ciudadanos que necesitamos.

El personaje de Diego no teme a los hombres; sin embargo, confiesa en la primera parte su miedo ante la calamidad, la plaga que lo sobrepasa. Ese sentimiento expresado por el Coro: «¡Todos tenemos miedo!» es justificado por el Juez: «Todo el mundo tiene miedo porque ninguno es puro»

El nuevo poder se consolida, de diversas maneras, incluida la herramienta jurídica, asegura el silencio y el orden.

EL JUEZ: Yo no sirvo la ley por lo que ella dice, sino porque es la ley.
DIEGO: ¿Pero si la ley es un crimen?
EL JUEZ: Si el crimen se convierte en ley deja de ser crimen.

El miedo a ser marcados por la Secretaria se apodera de los habitantes de la ciudad. Hasta se convierte en un insulto recíproco durante un momento de tensión entre Diego y Victoria, cada uno de los amantes reclamándole el temor del otro. «¡Tienes miedo! – Detesto la faz de miedo y odio que tienes!»

En las líneas de Camus es el personaje femenino quien formula que el amor es más fuerte que el temor, y empuja a su amado a seguir su ejemplo. Fortalecido por los sentimientos de Victoria, Diego logra entonces pronunciar ante la Secretaria, la Muerte:

DIEGO: ¡Es cierto que usted miente y que mentirá a partir de ahora hasta el fin de los tiempos! ¡Sí! He comprendido bien su sistema. Usted les da el dolor del hambre y de las separaciones para distraerlos de su revuelta. ¡Los agota, les devora su tiempo y sus fuerzas hasta que ellos no tengan ni la distracción ni el impulso del furor! ¡Ellos patalean, estén contentos! Están solos a pesar de su masa, como yo también estoy solo. Cada uno de nosotros está solo a causa de la cobardía de los otros. Pero yo, sometido como ellos, humillado como ellos, le anuncio, sin embargo, que usted no es nada y ese poder desplegado que se pierde de vista, hasta oscurecer el cielo, no es sino una sombra arrojada sobre la tierra, y que en un segundo un viento furioso va a disipar. ¡Creyó usted que todo podía ponerse en cifras y fórmulas! ¡Pero en su bella nomenclatura, ha usted olvidado la rosa salvaje, los signos en el cielo, las caras en el verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarre y la cólera de los hombres! (Ella se ríe) No ría. No ría, imbécil. Están perdidos, se lo digo. En el seno de sus aparentes victorias, están ya vencidos, porque hay en el hombre —míreme— una fuerza que ustedes no rebajarán, una clara locura, mezclada de miedo y coraje, ignorante y victoriosa para siempre. Esta fuerza que se levantará y sabrá usted entonces que su gloria fue humo.

Al término de la segunda parte, pleno de esa fuerza, una «clara locura, mezclada de miedo y coraje», Diego vence su propio temor y la Muerte se confiesa entonces impotente contra él. Pero, más allá de salvarse a sí mismo, lo importante es salvar a los demás. Es así como en la tercera parte Diego, héroe solitario, se convierte en héroe solidario.

DIEGO: ¡Perderán el olivo, el pan y la vida si dejan las cosas seguir como están! Hoy les hace falta vencer el temor si desean solamente conservar el pan. ¡Despierta, España!
[...]
DIEGO, en el fondo, con voz tranquila: ¡Viva la muerte, no le tememos!
LA PESTE: ¡Raye a éste!
LA SECRETARIA: ¡Imposible!
LA PESTE: ¿Por qué?
LA SECRETARA: ¡Ya no teme!

Queda aún encontrar buen uso a ese coraje, que no debe servir para volverse contra el opresor con las mismas armas de las cuales éste se ha servido. «Ni el miedo ni el odio» en boca de Diego hace eco al «ni víctimas ni verdugos» de Camus. Tampoco, a despreciar desde lo alto del heroísmo a los hombres que llegaran a claudicar.

La Peste marca con la enfermedad a Victoria para vencer a Diego quien prefiere morir a cambio de la vida de ella.

LA PESTE: ¡Mírame, yo soy la fuerza misma!
DIEGO: Despójate del uniforme.
LA PESTE: ¡Estás loco!
DIEGO: ¡Desvístete! ¡Cuando los hombres de fuerza dejan su uniforme, no son bellos de ver!
LA PESTE: Quizá. ¡Pero su fuerza está en haber inventado el uniforme!

Ante la intención de Diego de morir por su amada, la Peste le propone dejarlos huir a ambos siempre y cuando éste no se interponga en los asuntos de la ciudad. «El amor de esta mujer es mi reino», dice Diego, «Puedo hacer con el lo que desee. Pero la libertad de estos hombres les pertenece. Yo no puedo disponer de ella».

LA PESTE: Uno no puede ser feliz sin hacerle mal a otros. Es la justicia de esta tierra.
DIEGO: No he nacido para consentir a esa justicia.
LA PESTE: ¡Quién te pide que consientas! El orden del mundo no cambiará según tus deseos! Si quieres que cambie, deja tus sueños y toma en cuenta lo que es.
DIEGO: No. Yo conozco esa receta. Hay que matar para suprimir al asesino, violentar para sanar la injusticia. ¡Hace siglos que ello perdura! ¡Hace siglos que los señores de tu raza corrompen la herida del mundo so pretexto de sanarlo, y continúan elogiando su receta ya que nadie se les ríe en la narices!

Diego vence una última prueba tras su negativa de dejar a los habitantes de la ciudad bajo el yugo de la Peste. Se reconoce uno entre los demás, a media altura entre ellos, aún en su cobardía. A la Peste no le queda sino el odio y lo marca con la enfermedad. Victoria le implora no dejarse matar por amor a ella.

DIEGO: No, este mundo necesita de ti. Necesita de nuestras mujeres para aprender a vivir. Nosotros, nosotros no hemos sido capaces sino de morir.
VICTORIA: ¡Ah! ¡Era demasiado simple, el amarse en silencio y sufrir lo que había que sufrir! Prefería tu miedo.

La Peste insta a su Secretaria a terminar con la vida de Diego. Sin embargo, ella no siente odio, al contrario se apiada pues Diego ha elegido libremente citarse con ella. Recuerda cuando era asociada al azar, mientras que ahora está al servicio de la lógica y el reglamento. 
Ante la Peste irritada, la Secretaria proclama: «¡Quién tendría necesidad de piedad sino aquellos que no sienten compasión por nadie!» El Odio requiere de un «objeto», un «otro» en quien descargar, con quien asociar el sentirnos —el habernos sentido— disminuidos, —el re-sentimiento.

Cuando la Muerte toma la mano de Diego, las mujeres exaltan el valor del amor: «¡Ya que todo no puede ser salvado, aprendamos al menos a preservar la casa del amor! Llegue la peste, la guerra y, todas la puertas selladas, ustedes junto a nosotras, nos defenderemos hasta el final. Entonces, en vez de esta muerte solitaria, poblada de ideas, nutrida de palabras, conocerán la muerte juntos, ustedes y nosotras confundidos en el terrible abrazo del amor!» Es un llamado a rescatar «lo común», el «estar juntos», la solidaridad. Se contrapone a la idea de buscar «sentido de comunidad» en el odio de un «otro», intentar crear unidad a partir del desprecio de un «objeto común».

La Peste y su Secretaria deberán abandonar la ciudad vencidos por la obstinación del amor y la dignidad del individuo. El Coro exclama: «Abran las puertas, que el viento y la sal vengan a recuperar a esta ciudad.»


En una entrevista realizada por Gabriel Marcel para Les Nouvelles litteraires en noviembre 1948, Camus responde: «He querido atacar de frente un tipo de sociedad política que se haya organizado, o se organice, a la derecha o a la izquierda, sobre el modo totalitario. 

Ningún espectador de buena fe puede dudar que esta pieza toma partido por el individuo, por la carne en lo que ella tiene de noble, por el amor terrestre, en fin, contra las abstracciones y los terrores del Estado totalitario, sea ruso, alemán o español. 

Serios doctores reflexionan todos los días sobre la decadencia de nuestra sociedad en busca de razones profundas. Estas razones sin duda existen. Pero, para los más sencillos entre nosotros, el mal de la época se define por sus efectos, no por sus causas. Se llama el Estado, policial o burocrático. 
Su proliferación en todos los países bajo pretextos ideológicos diversos, la insultante seguridad que les dan los medios mecánicos y psicológicos de la represión, constituyen un peligro mortal para lo mejor en cada uno de nosotros».1

«Nuestro siglo xx es el siglo del temor», escribió Camus en Combat en noviembre de 1946. El miedo es el hilo conductor de su obra. ¿Qué puede vencer al miedo sino es el amor?, entre Diego y Victoria, y, en el contexto político, la solidaridad. 

La pieza de 1948, escrita por un hombre europeo de posguerra, es considerada una alegoría de la Ocupación, de la dictadura fascista, de los totalitarismos. ¿Habrá perdido su actualidad?

El Miedo y el Odio mantienen a la humanidad en Estado de Sitio.

Muy cerca del mar, al otro lado de la montaña, la historia sucede en una ciudad, Santiago de León de Caracas...

Helena Arellano Mayz
28 i 2017
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1 Albert Camus, L’État de siège, Éditions Gallimard, 1948, 1998, p.208 

26 de noviembre de 2016

Cumpleaño Feliz

Ayer 25 de Noviembre fue mi cumpleaños, los amigos cercanos y aquellos “amigos” desconocidos del universo virtual me deseaban un “pásalo rico”, y algunos me preguntaban que qué tal la pasaba (confieso que me causa mucha curiosidad este fenómeno de la realidad virtual), de igual modo, lo agradecí infinitamente porque al fin y al cabo son gestos de buena voluntad y cariño.

Teniendo buena salud, tres hijos maravillosos, unos padres más viejitos pero sanos dentro de lo que el calendario permite, un marido amoroso, leal, mejor padre y amigo, más las tres comidas aseguradas, uno no puede decir otra cosa sino que lo está pasando bomba, estelar, mejor imposible, para tirar cohetes pues, pero como soy la eterna inconforme en cuanto al estado actual de las cosas en mi país, tengo que decir que sí, que soy afortunada por todos los haberes que me ha dado la vida, pero que ese dolor de alma que arrastro por lo que nos sucede a los venezolanos me sitúa en un territorio agridulce.

Es un duelo que no termino de resolver porque no está dentro de mí sino ahí fuera mordiendo con más fuerza cada día viendo como la desintegración de Venezuela se hace más cruenta, rodeada de gente humillada comiendo de la basura, de enfermos muriendo de mengua por falta de medicinas básicas, siendo víctima del hampa desatada que cobra vidas de a por miles, viendo con angustia los cientos de perros abandonados por sus dueños porque no tienen como alimentarlos, siendo testigo y parte de muchos, muchísimos venezolanos que han visto sus sueños hechos añicos, resintiendo ser parte de esta nueva modalidad de familia desperdigada por el mundo a merced de Skype para no olvidar sus caras, palpando la desesperanza que campea en los corazones de la mayoría. Ese dolor, ese desasosiego, esa rabia, esa gran arrechera no se me quita y no se me va a quitar nunca porque los vidrios rotos ya no se pueden pegar, no habrá perdón para aquellos que, directa e indirectamente, han aniquilado éste país.

Sí, celebré mi cumpleaños y, entre muchas bondades y una rica torta de chocolate, el último bocado se lo ofrecí en silencio a aquellos que lo han perdido todo por culpa del maldito socialismo del siglo XXI

9 de octubre de 2016

De Caracas a Nueva York rumiando sobre El Sistema

Tengo varios días tratando de ponerme en el zapato de todos los involucrados en esta historia, y está peludo.

 Llegué al aeropuerto de Maiquetía el lunes pasado en la mañana, tomaría el vuelo de Avianca a NY vía Bogotá.  En la fila frente al mostrador estaba un grupo aproximado de 15 muchachos con sus instrumentos, como la música es mi oficio predilecto no aguanté la curiosidad y les pregunté dónde iban a tocar, uno me respondió, -somos del Sistema y vamos a tocar en el Carnegie Hall en Nueva York,- Ahh! Qué bien, -¿Y quién los va a dirigir? –Gustavo,   -ahh, qué bueno. Ahí comenzó mi hígado a avinagrarse.

Como un relámpago, lo que me vino a la mente fue la conversación que tuve con mi amigo “L” precisamente el día anterior al viaje. “L” es mi amigo músico que, por cierto, es profesor de los niños de “El sistema” en Guatire. “L” es un pianista de esos que brillan a mil kilómetros de distancia, un muchacho que de tener oportunidad sería un “rockstar” del piano clásico y jazzístico, ha ganado premios de composición dentro y fuera del país y que quiso viajar en Junio pasado a un concurso internacional al que fue invitado a participar pero luego de mucho bregar en las oficinas públicas no consiguió patrocinio y no pudo asistir, es decir, no asistió él, no asistió Venezuela pues. Todo eso me lo contó con una profunda frustración y tristeza, por supuesto también conversamos sobre las penurias para conseguir alimentos, medicinas, repuestos, en fin, todas esas dificultades que son las mismas de los que vivimos en esta tierra arrasada por el despropósito.  Al terminar la visita telefónica no pude retener las lágrimas.

Y llegamos a Bogotá y se bajaban del avión los muchachos del Sistema con sus instrumentos al hombro, y yo ahí, rumiando mis sentimientos encontrados, pensando en éstos músicos que evidentemente tienen trato preferencial en nuestra sociedad hoy hambrienta y desintegrada.  ¡Qué bueno que estos jóvenes tienen la oportunidad de llevar la música al mundo entero!, pero no hay dinero para pagar a los jubilados ¡Qué maravilla que estos muchachos pueden desarrollarse profesionalmente!, pero mi pana no consiguió un centavo para viajar a su concurso, ¡Qué orgullo que estos talentos pueden decirle al mundo que son venezolanos!, pero Venezuela se cae a pedazos, no hay alimentos, no hay leche para los recién nacidos, no hay con que pagarle a los maestros, no hay medicinas para los enfermos de cáncer, no hay medicinas psiquiátricas, no hay nada y lo que hay cuesta millones, estamos en una grave crisis humanitaria, la gente, literalmente, se está muriendo de hambre, de mengua y de bala, los venezolanos hoy son zombies que comen de los basureros, pero ¡qué maravilla! Gustavo los va a dirigir. En el Carnegie Hall.

Ya en Nueva York esperado las maletas no me pude aguantar más. -Pana, dime algo, ¿Y quién paga por el viaje de ustedes? Bueno, eso lo paga una compañía de managers internacional (o algo así le entendí) que está en Londres, -Ahhh, que está en Londres, respondí, -y me imagino que fondeada con dinero venezolano, le pregunté.  La respuesta del joven músico fue inentendible, me quedé esperando por una respuesta clara y convincente.

Ojalá alguien me dijera que sí, que ese viaje y tantos otros no salen de las arcas quebradas del Estado venezolano. Pero no, Gustavo ha hecho un buen trabajo como propagandista del régimen y eso se lo pagan bien.  
De verdad que quisiera que alguien me asegurara que ese dinero con que estos chicos viajan no sale de la medicina del cáncer que los niños no recibieron, o de la lata de leche que el bebé no pudo recibir, o de las medicinas que no llegan a los pacientes de los hospitales psiquiátricos del país… Estoy esperando que alguien me diga. 

Ayer me sorprendí cuando veo en el New York Times un artículo de Zachary Woolfe en donde dice algo que siempre he pensado y defendido
“La clave para los oyentes contemporáneos es mantener no sólo nuestros oídos abiertos, sino también nuestros ojos.  No hay tal cosa como la cultura apolítica” 


(negrillas mías)

12 de agosto de 2014

¿Por qué el odio a Israel?


Esta es una crónica de la periodista española Pilar Rahola que publicó el portal Ideas de Babel en agosto de 2013. Rahola, como periodista, cubrió la primera guerra del Golfo desde Jerusalem.

Lunes por la noche, en Barcelona. En el restaurante, un centenar de abogados y jueces. Se han reunido para oír mis opiniones sobre el conflicto de Oriente Medio. Saben que soy un barco heterodoxo, en el naufragio del pensamiento único que impera en mi país, sobre Israel. Quieren escucharme. Alguien razonable como yo, dicen, ¿por qué se arriesga a perder la credibilidad, defendiendo a los malos, a los culpables? Les digo que la verdad es un espejo roto, y que todos tenemos algún fragmento. Y provoco su reacción: “todos ustedes se creen expertos en política internacional, cuando hablan de Israel, pero en realidad no saben nada. ¿Se atreverían a hablar del conflicto de Ruanda, de Cachemira, de Chechenia?”. No. Son juristas: su terreno no es la geopolítica. Pero con Israel se atreven. Se atreve todo el mundo. ¿Por qué? Porque Israel está bajo la permanente lupa mediática y su imagen distorsionada, contamina los cerebros del mundo. Y, porque forma parte de lo políticamente correcto, porque parece solidario, porque sale gratis hablar contra Israel. Y así, personas cultas, cuando leen sobre Israel están dispuestas a creerse que los judíos tienen seis brazos, como en la Edad Media creían todo tipo de barbaridades. Sobre los judíos de antaño y los israelíes de hoy, todo vale.

La primera pregunta, pues, es por qué tanta gente inteligente, cuando habla sobre Israel, se vuelve idiota. El problema que tenemos quienes no demonizamos a Israel, es que no existe el debate sobre el conflicto, existe la pancarta; no nos cruzamos ideas, nos pegamos con consignas; no gozamos de informaciones serias, sufrimos periodismo de hamburguesa, fast food, lleno de prejuicios, propaganda y simplismo. El pensamiento intelectual y el periodismo internacional, ha dimitido en Israel. No existe. Es por ello que cuando se intenta ir más allá del pensamiento único, pasa a ser sospechoso, insolidario y reaccionario, y es inmediatamente segregado. ¿Por qué?

Hace años que intento responder a esta pregunta: ¿por qué? ¿Por qué de todos los conflictos del mundo, solo interesa éste? ¿Por qué se criminaliza un pequeño país, que lucha por su supervivencia? ¿Por qué triunfa la mentira y la manipulación informativa, con tanta facilidad? ¿Por qué todo es reducido a una simple masa de imperialistas asesinos? ¿Por qué las razones de Israel nunca existen? ¿Por qué nunca existen culpas palestinas? ¿Por qué Arafat es un héroe, y Sharon un monstruo? En definitiva, ¿por qué, siendo el único país del mundo amenazado con la destrucción, es el único al que nadie considera víctima?

No creo que exista una única respuesta a estas preguntas. Al igual que es imposible explicar completamente la maldad histórica del antisemitismo, tampoco resulta posible explicar la imbecilidad actual del antiisraelismo. Ambas beben de las fuentes de la intolerancia, la mentira y el prejuicio. Si, además, aceptamos que el antiisraelismo es la nueva forma de antisemitismo, concluimos que han cambiado las contingencias, pero se mantienen intactos los mitos más profundos, tanto del antisemitismo cristiano medieval, como del antisemitismo político moderno. Y esos mitos han desembocado en el relato sobre Israel. Por ejemplo, el judío medieval que mataba niños cristianos para beber su sangre, conecta directamente con el judío israelí que mata niños palestinos, para quedarse sus tierras. Siempre son niños inocentes y judíos oscuros. Por ejemplo, los banqueros judíos que querían dominar el mundo a través de la banca europea, según el mito de los Protocolos, conecta directamente con la idea de que los judíos de Wall Street dominan el mundo a través de la Casa Blanca. El dominio de la prensa, el dominio de las finanzas, la conspiración universal, todo aquello que configuró el odio histórico contra los judíos, desemboca hoy en el odio a los israelíes. En el subconsciente, pues, late el ADN antisemita occidental, que crea un eficaz caldo de cultivo. Pero, ¿qué late en el consciente? ¿Por qué hoy surge con tanta virulencia una renovada intolerancia, ahora centrada, no en el pueblo judío, sino en el Estado judío? Desde mi punto de vista, ello tiene motivos históricos y geopolíticos, entre otros el cruento papel soviético durante décadas, los intereses árabes, el antinorteamericanismo europeo, la dependencia energética de Occidente y el creciente fenómeno islámico.

Pero también surge de un conjunto de derrotas que sufrimos como sociedades libres y que desemboca en un fuerte relativismo ético.

Derrota moral de la izquierda. Durante décadas, la izquierda levantó la bandera de la libertad, allí donde existía la injusticia, y fue la depositaria de las esperanzas utópicas de la sociedad. Fue la gran constructora de futuro. A pesar de que la maldad asesina del estalinismo hundió esas utopías y dejó a la izquierda como el rey desnudo, despojada de atuendos, ha conservado intacta su aureola de lucha, y aún marca las pautas de los buenos y los malos del mundo. Incluso aquellos que nunca votarían posiciones de izquierdas, otorgan un gran prestigio a los intelectuales de izquierdas, y permiten que sean ellos los que monopolicen el concepto de solidaridad.

También hoy, como ayer, esa izquierda perdona ideologías totalitarias, se enamora de dictadores y, en su ofensiva contra Israel, ignora la destrucción de derechos fundamentales. Odia a los rabinos, pero se enamora de los imanes; grita contra el Tzahal (ejército israelí), pero aplaude a los terroristas de Hamás; llora por las víctimas palestinas, pero desprecia a las víctimas judías; y cuando se conmueve por los niños palestinos, solo lo hace si puede culpar a los israelíes. Nunca denunciará la cultura del odio, o su preparación para la muerte, o la esclavitud que sufren sus madres. Y mientras alza la bandera de Palestina, quema la bandera de Israel. Hace un año, en el Congreso de AIPAC en Washington, hice las siguientes preguntas: “¿Qué patologías profundas alejan a la izquierda de su compromiso moral? ¿Por qué no vemos manifestaciones en París o en Barcelona en contra de las dictaduras islámicas? ¿Por qué no hay manifestaciones en contra de la esclavitud de millones de mujeres musulmanas? ¿Por qué no se manifiestan en contra del uso de niños bombas, en los conflictos donde el Islam está implicado? … Porque la izquierda que soñó utopías ha dejado de soñar, quebrada en el Muro de Berlín de su propio fracaso. Ya no tiene ideas, sino consignas. Ya no defiende derechos, sino prejuicios. Y el mayor prejuicio de todos es el que tiene contra Israel. Acuso, pues, de forma clara: la principal responsabilidad del nuevo odio antisemita, disfrazado de antiisraelismo, proviene de aquellos que tendrían que defender la libertad, la solidaridad y el progreso. Lejos de ello, defienden a déspotas, olvidan a sus víctimas y callan ante las ideologías medievales que quieren destruir la civilización. La traición de la izquierda es una auténtica traición a la modernidad.

Derrota del periodismo. Tenemos un mundo más informado que nunca, pero no tenemos un mundo mejor informado. Al contrario, las autopistas de la información nos conectan con cualquier punto del planeta, pero no nos conectan ni con la verdad ni con los hechos. Los periodistas actuales no necesitan mapas, porqué tienen Google Earth, no necesitan saber historia, porqué tienen Wikipedia. Los históricos periodistas que conocían las raíces de un conflicto, aún existen, pero son una especie en vías de extinción, devorados por este periodismo de hamburguesa que ofrece noticias fast-food, a lectores que desean información fast-food. Israel es el lugar del mundo más vigilado y, sin embargo, el lugar del mundo menos comprendido. Por supuesto, también influye la presión de los grandes lobbys del petrodólar, cuya influencia en el periodismo es sutil pero profunda. Cualquier mass media sabe que si habla contra Israel, no tendrá problemas. Pero ¿qué ocurrirá si critica a un país islámico? Sin duda, entonces, se complicará la vida. No nos confundamos. Parte de la prensa que escribe contra Israel, se vería reflejada en una aguda frase de Goethe: “nadie es más esclavo que el que se tiene por libre, sin serlo”. O también en otra, más cínica, de Mark Twain: “Conoce primero los hechos y luego distorsiónalos cuanto quieras”.

Derrota del pensamiento crítico. A todo ello, cabe sumar el relativismo ético que define el momento actual, y que se basa, no en la negación de los valores de la civilización, sino en su banalización. ¿Qué es la modernidad? Personalmente lo explico con este pequeño relato: si me perdiera en una isla desierta, y quisiera volver a fundar una sociedad democrática, solo necesitaría tres libros: las Tablas de la Ley, que establecieron el primer código de la modernidad. “El no matarás, no robarás,…” fundó la civilización moderna. El código penal romano. Y la Carta de Derechos Humanos. Y con estos tres textos, volveríamos a empezar. Estos principios, que nos avalan como sociedad, son relativizados, incluso por aquellos que dicen defenderlos. “No matarás”…, depende de quien sea el objetivo…, piensan aquellos que, por ejemplo en Barcelona, se manifestaron con gritos a favor de Hamás. “Vivan los derechos humanos”…, depende de a quien se aplican, y por ello no preocupan millones de mujeres esclavas. “No mentirás”…, depende de si la información es un arma de guerra a favor de una causa. La masa crítica social se ha adelgazado y, al mismo tiempo, ha engordado el dogmatismo ideológico. En ese doble viraje, los valores fuertes de la modernidad han sido substituidos por un pensamiento débil, vulnerable a la manipulación y al maniqueísmo.

Derrota de la ONU. Y con ella, una rotunda derrota de los organismos internacionales que deben velar por los derechos humanos, y que se han convertido en muñecos rotos en manos de déspotas. La ONU solo sirve para que islamofascistas como Ahmadineyad, tengan un altavoz planetario desde donde escupir su odio. Y, por supuesto, para atacar sistemáticamente a Israel. También contra Israel, la ONU vive mejor.

Finalmente, derrota del Islam. El Islam de las luces sufre hoy el violento ataque de un virus totalitario que intenta frenar su desarrollo ético. Este virus usa el nombre de Dios para perpetrar los horrores más inimaginables: lapidar mujeres, esclavizarlas, usar embarazadas y jóvenes con retraso mental como bombas humanas, adiestrar en el odio, y declarar la guerra a la libertad. No olvidemos, por ejemplo, que nos matan con móviles vía satélite conectados… con la Edad Media…

Si el estalinismo destruyó a la izquierda, y el nazismo destruyó a Europa, el fundamentalismo islámico está destruyendo al Islam. Y también tiene, como las otras ideologías totalitarias, un ADN antisemita. Quizás el antisemitismo islámico es el fenómeno intolerante más serio de la actualidad, no en vano afecta a más de 1.300 millones de personas educadas, masivamente, en el odio al judío.

En la encrucijada de estas derrotas se encuentra Israel. Huérfano de una izquierda razonable, huérfano de un periodismo serio y de una ONU digna, y huérfano de un Islam tolerante, Israel sufre el violento paradigma del siglo XXI: la falta de compromiso sólido con los valores de la libertad. Nada resulta extraño. La cultura judía encarna, como ninguna, la metáfora de un concepto de civilización que hoy sufre ataques por todos los flancos. Ustedes son el termómetro de la salud del mundo. Siempre que el mundo ha tenido fiebre totalitaria, ustedes han sufrido. En la Edad Media española, en las persecuciones cristianas, en los progroms rusos, en el fascismo europeo, en el fundamentalismo islámico. Siempre, el primer enemigo del totalitarismo ha sido el judío. Y en estos tiempos de dependencia energética y desconcierto social, Israel encarna, en propia carne, al judío de siempre.

Una nación paria entre las naciones, para un pueblo paria entre los pueblos. Es por ello que el antisemitismo del siglo XXI se ha vestido con el eficaz disfraz del antiisraelismo. ¿Toda la crítica contra Israel es antisemita? No. Pero, todo el antisemitismo actual se ha volcado en el prejuicio y la demonización contra el Estado judío. Un nuevo vestido para un viejo odio.

Dijo Benjamin Franklin: “donde mora la libertad, allí está mi patria”. Y añadió Albert Einstein: “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”. Este es el doble compromiso aquí y hoy: no sentarse nunca a ver pasar el mal y defender siempre las patrias de la libertad.
Gracias.